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Festa dos Moços en Constantim, ritos en la memoria del tiempo

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El viajero no deja el Concejo de Miranda do Douro. Se pregunta Mario Correia “¿qué tierra es esta, donde los mascarados perturban las calles y patios, donde todos los años se hace eco de antiguos rituales en tiempo del solsticio de invierno?”. No son más que las gentes de la aldea de Constantim –en el Planalto Mirandés-, de vida dura y de pan difícil de extraer de las entrañas de la Tierra de Miranda, quienes celebran, entre Navidad y los Reyes, la Fiesta de San Juan o la Festa dos Moços/Fiesta de Ls Moços Custantin (en mirandés). Son fiestas arraigadas a antiguos ritos paganos, como la evocación de los espíritus, la despedida del tiempo viejo y la llegada de la luz y la vida con el nuevo año y que, como en la mayoría de las tradiciones prerromanas, el Cristianismo terminó apropiándose de las mismas.

Una mañana fría. Muy fría con una escarcha que cubría de blanco los campos. Gélidos estos parajes de la Terra Fría Transmontana. No extraña al viajero encontrar otra nueva hoguera, aún humeante, en la plaza del pueblo. Fuego a cuyo alrededor la noche anterior comenzó la fiesta. Aunque, a decir verdad, y según cuenta el ‘padre y guía’ de la tradición transmontana en Constantim, Aureliano Ribeiro –que toca como un primor una caja que también se pierde en el tiempo- “a festa começava uns días antes, com a recolha da lenha que mais tarde iria alimentar quer a grande fogueira na qual vão ser preparados os tremoços que vão integrar o convite”.

Si la noche anterior hubo baile y banquete vecinal incluido, el Carocho aparece resguardando su identidad –porque siempre fue así y siempre así deberá de ser- para rivalizar con los músicos y los pauliteiros, y danzar en el fulgor de las llamas de la hoguera. Pero será la mañana del 28 de diciembre, cuando en este lado del Duero se celebran novatadas -lo que llaman inocentes-, cuando el Carocho y la Bielha recorren Constantim, como los verdaderos atractivos de la fiesta. Más para la nube de fotógrafos que viven ‘su’ fiesta en estas mascaradas de invierno que para los propios habitantes de la aldea. Los pueblos, de aquí y de allá, por desgracia, se despueblan, grave problema, siendo más las casas deshabitadas que aquellas donde mora algún alma caritativa con la ronda de los mozos.

Ritual del convite

Cuando el viajero llega a Constantim suenan cohetes, bombas y las melodías que sorteando una calleja parten de gaitas, cajas y bombos. Es el ritual del convite. Es la esencia pagana de la fiesta. Es el anticipo, aún profano, de la misa de S. João Evangelista que llegará después del almuerzo. Costumbre de estas tierras celebrar sus ritos religiosos de tarde.

Una ronda –como se dice por estas tierras charras- recorre las calles. Gaiteros –muchos gaiteros que levantan la curiosidad del viajero, por su cantidad, origen y edad-, la caja magistral de Aureliano y el bombo, anuncian –junto a los cohetes- que llega la ronda y, de paso, marcan el ritmo de los jóvenes pauliteiros. Todo el cortejo va dirigido por el mayordomo, que guía por calles y viviendas. Y en medio de todos ellos, la Bielha y el Carocho. Son las figuras centrales durante la ronda del petitorio. Unas figuras a las que todo está permitido, principalmente al Corocho –robo de embutidos, allanar las casas, tropelías y desmanes por las calles, simulación de actos sexuales con la Bielha, que procura siempre evitar esos ‘apetitos’ sexuales de su compañero y escapar de sus arremetidas con una tornadera de madera-.

Si la vivienda visitada entrega aguinaldo –esmola- bien en especie bien en dinero, los pauliteiros danzan el lazo –lhaço– que les fue pedido por los dueños de la casa visitada, que pueden ser hasta cincuenta diferentes. Siguen explotando los cohetes que espantan a una piara de ovejas. En una casa, uno de los dueños se marca un paso con los pauliteiros, a decir de M. Correia “e quando alguém da casa já foi pauliteiro, se assim o desejar, pode substituir um dos dançadores e integrar-se na dança”. Pero cuando en alguna casa alguien murió durante el año, la danza da paso a la oración, rezándose un Padrenuestro por el alma del fallecido, que oficia, también, Aureliano.

El recorrido de la ronda está más o menos establecido, se sabe de antemano en qué casas hay gente para abrir la puerta y dar aguinaldo. Porque, como en todos los ritos rurales, la fiesta es vivida en función de cada momento, siempre intentando respetar las normas de la viejas costumbres. Y si hay población para continuar los ritos. Muchos de los jóvenes pauliteiros, incluso ‘carochos’ y ‘bielhas’ vienen de lugares tan lejanos como Madrid, Francia o Alemania para participar en la fiesta.

La ronda por la aldea termina, como se dijo, con la misa de San Juan, una celebración en la que los pauliteiros danzan el lazo llamado ‘Señor Mío’ o ‘Acto de Contrição’ con acompañamiento musical a cargo del tamborilero. Una procesión, al finalizar la misa, termina con los actos sacros para que, nuevamente, aparezca el Carocho (se oculta durante los actos religiosos) siguiendo más danzas, más música, más animación, más tropelías, más desmanes y más fiesta.

Un muestra más, la Festa dos Moços de Constantim, de la riqueza cultural que aún anida en los pueblos y aldeas de Trás-os-Montes que, el viajero no cesa de repetir, se convierte en el territorio que mejor guarda el legado de sus ancestros. Porque, como decía Montesquieu, “nada agravia tanto a los hombres como ir contra sus ceremonias y costumbres”, cachis!

Sigue la ronda…

FOTOGRAFÍAS LUIS FALCAO


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