Algunos columnistas están recurriendo estos días a las grandes tragedias de Shakespeare para interpretar la crisis del PSOE y la situación política de las Españas. Los grandes escritores, caso de Shakespeare o Cervantes, lo son por su estilo y habilidad arquitectónica al construir la obra literaria, pero sobre todo por su capacidad para crear personajes universales.
Figuras como Ricardo III, Hamlet, Macbeth, Sancho o don Quijote, vinculadas a lugares y momentos históricos concretos, son en realidad moldes de personalidades intemporales de la condición humana en cualquier tiempo y lugar. Si nos atenemos al dato cuantitativo, o sea, al número de personajes de estas características creados por uno y otro, sin duda la categoría del dramaturgo inglés supera con mucho a la de nuestro Cervantes.
Shakespeare eligió a Ricardo III para reflejar la ambición política extrema, el personaje sin escrúpulos que no duda en recurrir incluso al asesinato del rival, aunque este sea su propio hermano y sus hijos, para hacerse con el poder. La flor de navajas en el seno del PSOE y el rosario de traiciones para mantener el control del partido o para conseguirlo bien podrían haber inspirado un drama shakespeariano.
La red social Twitter se ha convertido ahora en la trinchera de los bandos socialistas enfrentados. El periodista no necesita llamar por teléfono a unos y otros, como antaño, para saber qué piensan: basta con estar atento a los tuits de los políticos más significativos. Claro que la cosa no resulta fácil porque casi todos tuitean, y además lo hacen de manera compulsiva, sin apenas reflexión y con elevada dosis de visceralidad, como si cada uno de los 140 caracteres del mensaje de cada cual fuera una bala contra el ‘enemigo’, ay.
El socialismo español se halla ante una encrucijada diabólica, de la que no le resultará fácil salir a corto y medio plazo. El congreso federal y los posteriores congresos regionales y provinciales escenificarán esta división irreconciliable que hemos podido visualizar en el último comité federal, en la sesión de investidura de Rajoy en el Congreso y ahora en Twitter.
Diabólica, digo, porque la sesión de investidura de Rajoy ayer permitió representar la tragedia que muchos temían en el PSOE: el ascenso de Pablo Iglesias al puesto de líder de la oposición, con la extensa autopista de la izquierda despejada para él en su pertinaz carrera hacia el poder.
El propio Iglesias definió la situación como ‘el epílogo’ de Mariano Rajoy, o sea, una etapa de transición la que se abre ahora, probablemente breve, de un par de años o así, que desembocará luego en un nuevo tiempo político en el que Podemos liderará el sector de la izquierda en España.
Con un PP desgastado por la acción de gobierno de los últimos años y que lo estará aún más en esta difícil coyuntura, veteado además de tensiones internas que todavía no han visto la luz y que acaso empiecen a percibirse en los congresos regionales y provinciales; con el PSOE desarticulado y sin un programa coherente que consiga recuperar a sus votantes (otro de sus errores es haber fijado todo el foco en la militancia); y una formación minoritaria como Ciudadanos que, al igual que Nick Clegg en Reino Unido, probablemente pagará un elevado peaje en las urnas por el apuntalamiento a Mariano Rajoy, se comprende la sonrisa amplia del líder de Podemos.
La paradoja es que la actual coyuntura política ha puesto viento en las velas a Mariano Rajoy para repetir como presidente, sí, pero ese viento es el que, al mismo tiempo, empuja por la izquierda la nave jovial de Podemos, ay. El gesto sombrío de Rajoy pese a su investidura era acaso la mejor expresión de lo que se avecina.
Claro que la ‘triple alianza’, como Podemos ha calificado a la coalición constitucionalista de facto, puede aprovechar este tiempo para sorprender a los españoles con las importantes reformas que el país necesita. Acaso sea el único antídoto capaz de frenar el ascenso fulgurante de Iglesias y su partido morado.